miércoles, 12 de noviembre de 2008

Hacernos el amor

¿Te agrada acaso que te hable del amor? Pues pone tu cabecita sobre mi pecho y mientras te acaricio el cabello y tu cara, lo voy haciendo.

Hacernos el amor. Hacernos el amor es como estar naciendo. Es amanecer en todo nuestro cuerpo. Es no tener pasado ni recuerdos.

Es lamer la piel que cubre la carne estremecida, el grito, el mar bullente, las rítmicas oleadas de la sangre, la torva oscuridad de los abismos, las barcas sin amarras, la lava del volcán, el rosal florecido, la voz ronca que murmura palabras sin sentido.

Es circunscribirse exactamente a los límites que nos otorga el amor, con todo el respeto que nos merecemos. Es amarte hasta la locura, es mirarte y comprender. Es caminar tomados de la mano y mirarnos amorosamente. Es sentarnos a conversar; es reírnos de lo que nos hace gracia. Es sentirnos atados por un lazo invisible.

Es también el límite de nuestra cama, sin salir ni un milímetro de ese contorno que es todo para ti y para mí. Que el cielo baje y que el infierno suba y crezca, como un bosque brotando lentamente en ese cielo.

Hacernos el amor es estrenar las ansias, es convertir caricias y los cinco sentidos en algo nuevo. Hacernos el amor es multiplicar por dos todo lo bello, lo mágico, lo sublime. Es dar y esperarlo todo.

Es tener la generosidad más exagerada y, a la vez, el egoísmo más atormentado. Es vernos por primera vez. Oírnos por primera vez. Tocarnos por primera vez. Olernos por primera vez. Es lamernos por primera vez. Sentirnos por primera vez el gusto agridulce de la transpiración y los jazmines. Que cada vez sea la primera vez, como un ciclo que comienza, como comienza el día y como comienzan las cuatro estaciones.

Es que la otra seas tu, y yo el otro y ambos seamos sabios; y que sepamos de qué manera y con qué ímpetu se puede lograr la unidad perfecta.

Es la sed del desierto interminable... Es ser cántaro y canto, playa quieta y tormenta... Y es, de pronto, la jugosa fruta que la abreva.

Suavidad de satén, aspereza de tronco, huracán y silencio... Juego sereno, caballo desbocado, vértigo...

Es escalar altas cúspides. Es descender hasta el fondo del océano. Marearnos entre nubes y medusas.

Hacernos el amor es concentrarnos los dos para hacernos vibrar, para hacerte mía con solo mirarte, para me hagas tuyo cuando me mires con esos hermosos ojos verdes, mientras mi cara se envuelve entre tus cabellos rubios...

Es hacer explotar nuestros cuerpos viéndolos hermosos, aunque no lo sean, porque lo que los vuelve hermosos es lo que se siente, lo que nos hacen vibrar, estremecernos, lo que nos hacen sentir, lo que nos brindan. Hacernos el amor es vencer a la muerte, relegarla, perderle el miedo y el respeto.

Es creernos y quitarnos de encima las costumbres y los prejuicios, para poder ser otra vez niños. Es ser un puerto al que los barcos llegan... Es el camino que nos trae de regreso... Es concentrarnos en el sentir del otro, como el verano se concentra para hacer las ciruelas y los duraznos.

Es poner las dos manos y la lengua para hacerle al otro, todo lo que nos pida, para cumplirle todos sus deseos... Es saber que la puerta está abierta, pero nos quedamos porque nos gusta con quien estamos.

Y nos quedamos porque el amor nos necesita y lo necesitamos, porque el encuentro de dos seres que se gustan y se aman, es el verdadero milagro, el más difícil, el más importante.

Hacernos el amor es la piel con la carne estremecida cuando me acaricias; es el grito de placer que se escapa de tu boca cuando te beso, te lamo y mordisqueo los pezones; el rítmico movimiento que te provoca que te penetre una y otra vez. Que entre y salga de tu cuerpo ardiente.

Hubiéramos podido cruzarnos por ahí sin vernos, mirando hacia otro lado, distraídos, o haber pasado en momentos diferentes, o no haber pasado nunca... Y no nos hubiésemos encontrado. Pero el destino o la vida, hizo que nuestros caminos se cruzaran...

Tuvo que haber un "algo", un mandato divino, una muy bien estudiada casualidad, para que, entre los cientos de millones de habitantes del mundo, tu y yo coincidiéramos en el mismo lugar y al mismo tiempo. Y que tu supieras. Y que yo supiera.

Para que alguna vez los dos supiéramos... alguna vez, quizás, que hacer el amor es siempre un estreno, como enamorarse. Y no subir o volar hacia las estrellas, sino traerlas a nuestro lado, para que ellas produzcan el luminoso incendio, el fuego purificador que transforma la carne en todo Cielo...

® 1ª E. 2000, Armando Maronese
® 2ª E. 2008, Armando Maronese
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