Pasó el tiempo y se produjo el milagro. Volvíamos de hacer unas diligencias, cuando noté algo extraño en ella.
Hacía mucho calor ese día. De pronto, se volvió hacia mí y me dijo: ¡qué calor hace hoy!. Entonces pude percibir en sus ojos, esa sutil invitación al beso.
Me acerqué a ella, la tomé por la cintura, acerqué mis labios a los suyos, la besé con pasión desenfrenada y cual fue mi sorpresa, al sentirme correspondido.
Oh!, mi mente se elevó, mi corazón empezó a latir fuertemente y noté también, el brío del suyo. ¡Qué dicha inmensa!. Volverla a tener entre mis brazos, oler nuevamente su piel hasta ahora lejana, besarla nuevamente.
En ese momento me olvidé de mi soledad, de mi tristeza y de todos mis pensamientos. En ese instante, me importó sólo ella y nada más que ella. No existía nada más para mi.
Tuvimos larga charla ese tarde y esa noche. Hablamos mucho y aclaramos mucho también. Hablamos como gente adulta y en forma serena. Luego..., nuestro amor fue desenfrenado.
Pasaron los días, los meses, los años y hoy la tengo más mía que nunca. Dios mío, como la amo. La quiero con ese amor que duele, pero me gusta.
Huelo nuevamente, las flores, el césped recién cortado, los árboles y su piel. Diferencio nuevamente los colores. Ya no sigo encerrado en mi soledad, no tengo más las rejas que no se ven y no me dejaban salir; ya no tengo más ese llanto que no cae por las mejillas y que duele en el alma.
Tengo nuevamente a mi compañera de esperanzas y desesperanzas, de buenos y malos momentos, de alegrías y tristezas. Alguien a quien amar, abrazar, acariciar, besar, a quien extrañar; con quien reír, con quien llorar, por quien estar de otra forma..., ella unida a mi vida.
Con ella todo me sobra y nada me falta. Estoy vivo sin soledad.
¿Soledad?, ¿donde estás?. Ya no pienso más en ti.
® 1999 Armando Maronese
J., 18 de febrero de 1999
Hacía mucho calor ese día. De pronto, se volvió hacia mí y me dijo: ¡qué calor hace hoy!. Entonces pude percibir en sus ojos, esa sutil invitación al beso.
Me acerqué a ella, la tomé por la cintura, acerqué mis labios a los suyos, la besé con pasión desenfrenada y cual fue mi sorpresa, al sentirme correspondido.
Oh!, mi mente se elevó, mi corazón empezó a latir fuertemente y noté también, el brío del suyo. ¡Qué dicha inmensa!. Volverla a tener entre mis brazos, oler nuevamente su piel hasta ahora lejana, besarla nuevamente.
En ese momento me olvidé de mi soledad, de mi tristeza y de todos mis pensamientos. En ese instante, me importó sólo ella y nada más que ella. No existía nada más para mi.
Tuvimos larga charla ese tarde y esa noche. Hablamos mucho y aclaramos mucho también. Hablamos como gente adulta y en forma serena. Luego..., nuestro amor fue desenfrenado.
Pasaron los días, los meses, los años y hoy la tengo más mía que nunca. Dios mío, como la amo. La quiero con ese amor que duele, pero me gusta.
Huelo nuevamente, las flores, el césped recién cortado, los árboles y su piel. Diferencio nuevamente los colores. Ya no sigo encerrado en mi soledad, no tengo más las rejas que no se ven y no me dejaban salir; ya no tengo más ese llanto que no cae por las mejillas y que duele en el alma.
Tengo nuevamente a mi compañera de esperanzas y desesperanzas, de buenos y malos momentos, de alegrías y tristezas. Alguien a quien amar, abrazar, acariciar, besar, a quien extrañar; con quien reír, con quien llorar, por quien estar de otra forma..., ella unida a mi vida.
Con ella todo me sobra y nada me falta. Estoy vivo sin soledad.
¿Soledad?, ¿donde estás?. Ya no pienso más en ti.
® 1999 Armando Maronese
J., 18 de febrero de 1999
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