jueves, 19 de enero de 2012

Sabor delicioso




Lo mira dormir, le cubre la espalda con la sábana y se asoma a la ventana. Es noche del otoño, la más especial de su vida. Delante de ella y recibiendo en el rostro el viento que se cuela por la ventana abierta de par en par, están las faldas de las montañas lejanas, dejando ver en pequeñas mesetas, arbustos que van perdiendo sus hojas. 

Todo es natural y vivo allá afuera, bañado por la luz de la luna que todavía se refleja en el estanque. Dentro y detrás de ella descansando, después de amarse está él, compitiendo con la seda sobre la cama; ambos tan suaves y cálidos que le dejan todavía esa erótica sensación en la piel..Junta, procurando silencio, las dos hojas de madera apolillada en la ventana, distinguiendo todavía entre los cristales el reflejo de faroles de luz anaranjada al pie del camino, ambientando todo entre pocas claridades y demasiadas sombras.. 

No importa qué pase allá afuera, ella vuelve al lecho, necesita mirarlo todo el tiempo, tocarlo con las manos, las pupilas y el alma. Sus dedos aprenden a tener paciencia y permiten que sus ojos se posen más atentos sobre su cuerpo desnudo. Su espalda está a su alcance, el pecho hundido en la cama.


.No hace frío, no siente calor, todo es perfecto, el silencio no la intimida, más bien hace repaso mental en sincronía con el péndulo hipnotizante del reloj sobre la mesa.


.Duerme junto a ella un ángel, demasiado sublime... demasiado. Tiene masculina espalda y esculpido el cuerpo. La mejilla sobre la almohada y hacia ella su cabello. Lucha contra la abrumante tentación y cierra el puño para contener el lacerante deseo de meter los dedos entre sus preciosos cabellos.
.Le observa dormir con mirada topográfica, no dejando escapar ningún rincón por adorarle, mientras él descansa sin saber lo que en ese instante pasa. Sus ojos bajan hasta donde termina su espalda, observan sus redondos glúteos y descienden de nuevo por la largura de sus piernas que descansan y rematan en preciosos tobillos y pies.


.Cruza los dedos esperando que aún dormido, se gire no sólo para verle el otro lado de la cara, sino para instalarse nuevamente en su virilidad relajada, justificando que aún hay algo que no ha visto, que habrá algún poro que se olvidó de besar.


.Pone los labios en sus propios dedos, conteniéndose para no encajar los dientes en tan jugosa manzana, deseando que la bese como antes de amarse, avivando el fuego permanente que él le provoca.


.Ella cierra los párpados poniendo límites a su deseo y entonces, los abre él. Cierta sensación que no se explica siente en sus entrañas. Es la presencia del amor posada en cada célula del cuerpo que le ha admirado ella.
.Unen sus bocas, juntan sus cuerpos, entrelazan las piernas y las manos, se tocan el interior y el exterior de la piel y el alma. Se funden, se estrujan, se empalman, como deseando unirse más todavía. Hunden los labios en sus pechos, entre las piernas, miran, escuchan, huelen, tocan y saborean los rincones de intimidad, que se regalan para poseerse en exclusiva.


.Se chupan, se muerden, se secretean palabras ardientes. El aliento quema, aflora el instinto salvaje y él quiere poseerla. Ella lo incita, lo provoca. Él toma lo que es suyo y le ofrece tocar el cielo acompañada. Enriquecen saliva, sudor y fluidos. Crean un nuevo aroma y color.


.Se miran, se besan, se acarician. Explotan de placer a un mismo tiempo. Tocan las estrellas del universo, mientras en vibrantes jadeos y movimientos él le cubre las entrañas. Se regalan placer, amor y vida.


.Luego, cierran los ojos sin miedo; al amanecer no se habrán ido, no habrá sido un sueño... el sabor ha sido delicioso.


.© Armando Maronese
22 de agosto de 2008
03 de enero de 2012

domingo, 8 de enero de 2012

Y me llené de ausencia



Bajo el sol y frente al mar, tendida en la arena. Hablo sola. Con rabia, con mucha rabía. Total... nadie está escuchando.
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Hoy resurges en mi conciencia y me doy cuenta que ya no estás. Fijo la mirada en las olas, a lo lejos, y medio corazón duele y duele mucho. Esta vez se niega a palpitar. Tu ausencia me abrió una herida.
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He vuelto la mirada y no logro encontrarte ¿Soy ciega? ¿Por qué me cuesta aceptar? Qué amargo me sabe el café que otros disfrutan con agrado.
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Deshojo una flor y me pierdo entre coplas y vino tinto. Cierro los ojos y me inquieto porque aún no estoy en calma. Todavía me faltas tú. No me enteré de tu partida porque mi propio dolor me cubría los ojos ¿Cómo es que no me di cuenta de tus cartas en el portal? Tal vez las miraba, pero no tenía fuerzas para leerlas.
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Amigo mío, voy a escribir lo que siento en un papel. Sí... hoy, que esta tierra va a sanar mis heridas y voy a dejarte resguardado en ella. Cuando parta, tomaré un puñado en las manos y será todo lo que me llevaré. Esta carta que te escribo llevará nuestros tesoros, pero absolutamente todo lo demás se quedará aquí.
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Se queda el olor a colegio y a mis rizos sobre el uniforme escolar. Se quedan los libros viejos dentro de aquella gastada mochila de cuero y los espirales de madera de los lápices recién afilados. Se quedan las historietas de papel arrugado y aquel pañuelo con que detuviste la sangre de mi rodilla cuando caí jugando a la cuerda. Se quedan las migajas de las galletas que hizo la abuela, y las cerillas donde anotaste el nombre de tu primer amor. Se quedan mis zapatillas altas de señorita, y tu primera corbata de gran señor. Se queda la matatena, las canicas de vidrios azules y verdes y las piedras que recogimos en el río. Se quedan nuestros cuadernos de matemáticas y los libros de Neruda. Todo se queda, hasta esta carta donde te digo que no me di cuenta cuando partiste. Aquí se quedan nuestros recuerdos.
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Yo necesito re- inventarme. Como lanzando mi vida dentro de una botella al mar agitado, esperando que me lleve a un nuevo sitio donde pueda comenzar de nuevo, con una mejor historia por trazar. La máscara de dolor es lo último que dejo al lado de tantos recuerdos.
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Quiero irme sin nada, entendiendo que no existen las culpas sino las causas. Y hoy, amigo mío, nos encontraremos en el infinito y puede que nos reencontremos en algún espacio secreto.
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Ahora solo me despido. Tú. Tú, sí, llévate nuestros recuerdos. Yo… ya no los quiero cargar más.

Tere García Ahued
Guanajuato, Méjico
D, 23/03/2007