sábado, 28 de noviembre de 2009

Creo en mí


Creo que el Cielo y la Luna son míos. Creo que el mar es mío. Creo en muchas cosas, pero no creo en la princesa divina. No creo que todos los momentos de la vida sean felices, ni que la alegría sea eterna.

Pero creo en mí, en mis ganas de lograrlo y en mi fuerza por mejorar y seguir creyendo que las situaciones sí pueden cambiarse, y conseguir términos medios en vez de llegar a los extremos…

Creo en mi alma de niño y en mi alma de hombre curtido por el tiempo y los sinsabores de la vida, y en las ilusiones y los sueños que perdí en el camino y volví a tener en la vida, sin importarme cuántas veces se vieron entorpecidos por tristes realidades…

Creo en luchar por lo que siento, con todas mis fuerzas, en defender mis sueños y en jugarme por la gente que quiero y amo, mientras sigo transitando en los vaivenes del tiempo.

Creo en el leer en los ojos de alguien que quiero, ver un sentimiento; creo en emocionarme aún con un gesto.

Creo que pueda haber alguien que también crea lo que sienta y lo que yo siento, que quiera lo que yo quiero, y que se anime a proponerme caminar por esta vida, juntos, sin miedos…

Creo en una mujer sensible, que no pierda la capacidad de asombro, de juego, de sueño…

Creo en una mujer que trate de demostrar lo que siente ante mí aunque le dé vergüenza; que no disfrace su afecto por mí con negligencia; que no se sienta asfixiada o atrapada por amarme, o mi mitad en vez de un entero, o quizás coartada en su libertad, porque la libertad es interna…

Creo en una mujer que no intelectualice su afecto por mí, que exprese lo que siente y trate de no herirme, al menos, conscientemente.

Creo en una mujer que si yo la llamo, le digo que la extraño o la amo, no se sienta acosada, porque el amor es espontáneo y no premeditado…

Creo en una mujer que pueda ver la belleza en una flor, que no pierda la pasión y que quiera luchar conmigo cuando lleguen los momentos de tensión o de dolor…

Creo en una mujer que me respete más allá de mis conceptos o ideales, que sea mi amiga, que pueda escucharme y entender mis tiempos. Creo en una mujer que no le tenga miedo al amor, al compromiso de estar juntos los dos…

No creo en la princesa divina. No creo en la perfección, y sé que muchas veces los finales no son felices, pero si tu crees en mí, yo creo en ti...
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© 1987, Armando Maronese

Viernes, 11 de septiembre de 1987

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Antes de morir, déjame ser tuyo.


La música le llegó flotando, envolviéndola desde una distancia imprecisa, suave, cadenciosa. Una guitarra y una voz. Nada más. El sonido cristalino de una guitarra y una voz bien atimbrada, cargada de matices, flujos y reflujos. Una combinación perfecta y casi absurda.
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Absurda allí, en mitad de ninguna parte.
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Se detuvo, buscó arriba y abajo, se orientó. El Rosedal se convertía de pronto en una suerte de anfiteatro cargado de ecos. Nadie, salvo ella, parecía darse cuenta de la música, una banda sonora que flotaba por encima de sus cabezas. La gente caminaba como todos los días y a lo largo de todas las horas, en la isla vegetal aislada de la gran ciudad. Parejas sosteniéndose el uno al otro como si fueran a caerse, incapaces ya de seguir solos por la senda de la vida; matrimonios jóvenes empujando cochecitos o jugando con sus hijos pequeños; parejas maduras dando el enésimo paseo de su historia bajo el silencio de la calma; parejas y no parejas de ancianos sentados en los bancos y las sillas, atentos al mejor de los programas posibles: la vida. Turistas de todos los colores...
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¿Cuánto hacía que no paseaba por El Rosedal? ¿Una eternidad? ¿Y cuánto hacía que no escuchaba una voz y una guitarra en la calle o en el subte? No tanto en realidad. Buscaba algo.
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Sabía que se escondían allí ¿Y qué? Voces y sonidos que apenas nadie escuchaba y menos ella. El mundo estaba lleno de sombras. Nunca paseaba, ni por El Rosedal ni por ninguna parte en realidad o escasas veces... Y nunca bajaba hasta las entrañas de la ciudad para tomar el subte.
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Nunca hasta ese momento.
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Por lo menos creía en el destino. Por eso venía a buscar algo que había escuchado y visto.
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Como Ulises frente al canto de las sirenas, aunque en este caso vencida por ellas, caminó atrapada y atraída por la canción, y se dio cuenta que ahí estaba lo que buscaba. Palermo... El Rosedal arriba, en dirección al paseo de los amantes.
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Escuchó una frase nítida:
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Antes de dormir, déjame que entre en ti.
Antes de despertar, déjame que entre en ti.
Antes de morir, déjame vivir en ti.
Déjame, déjame, déjame que lo intente hasta el fin.
Déjame ser tu amante esta noche.
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El músico estaba sentado en un ángulo de la glorieta, de cara a los paseantes y dando la espalda al lago. Inclinado sobre su guitarra, una preciosa Ovation acústica... no se le veía la cara. Vestía con la informalidad de todos los jóvenes, pero con cierto descuido y un dejo trasnochado. Camisa, vaqueros, el símbolo de la paz recuperado después de los años hippies; cabello ligeramente abundante y despeinado. Su corazón latió fuerte. Estaba. En lo primero que se fijó fue en sus manos. Dedos largos y finos. Manos de guitarrista. Tenía la funda de la guitarra abierta al frente y en ella, varias monedas.
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No se detuvo delante de él. Siguió caminando, aunque sin alejarse demasiado y mirando de reojo. Lo hizo a unos diez metros, distancia suficiente para escuchar y ver sin ser notada. La canción continuaba fluyendo con armónica presencia. Una canción que no conocía, podía jurarlo.
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Si de algo podía presumir, era de conocerlas todas. Así que se trataba de un tema inédito, original. Le capturó la fuerza de otras estrofas, otras frases que la hicieron temblar:
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Déjame ser tu amante esta noche.
Déjame ser tuyo el resto de tus días.
Me alimento de ternuras y esos besos,
que se rompen y nos lavan las heridas,
como imágenes de amor en los espejos.
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Déjame ser tu amante esta noche.
Y dormir en el silencio de esos gritos.
dejar en tus quebradas estas huellas,
para amarte con mis dedos ya marchitos,
y soñarte mientras tocas las estrellas.
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Déjame ser tu amante esta noche.
Como fuimos en mil vidas ya pasadas.
Geografía del amor que vivo y canto,
en tu cuerpo mil pasiones no gastadas.
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Al terminar la canción, larga, densa, llena de sólidas estrofas perfectamente engarzadas y después de repetir el estribillo, el músico levantó la cabeza y pudo verle el rostro. Casi sonrió tan externamente, como lo hizo internamente. Ella lo miró y le calculó entre veintidós y veinticuatro años. Era atractivo. Más que atractivo. Cualquier chica lo consideraría guapo. Nariz recta, labios sensuales, ojos limpios, expresión abierta...
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No era posible. Tanto y tan bueno... pero no podía... Lo volvió a encontrar, pero no podía...
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Continuó quieta, prescindiendo del mundo entero y más de la hora. Quieta y escuchando las nuevas canciones del músico callejero, todas inéditas, todas propias, todas originales. Quieta y absorbiendo las letras, los conceptos, las ideas. Quieta mientras el mundo danzaba a su alrededor sin darse cuenta de nada, porque ella y sólo ella podía en un momento como aquel, percibir la realidad:
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Que allí, a unos metros, tal vez estuviera naciendo su estrella.
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® 1999, Armando Maronese
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Miércoles, 03 de noviembre de 1999

viernes, 13 de noviembre de 2009

Tu secreto


¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.
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Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
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... Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
... De todo te olvidas ¡Cabeza de novia!
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Evaristo Carriego
(1883-1912)

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martes, 10 de noviembre de 2009

La luna y el amor











Yo no me oculto pues no es mi modo.
Como la luna que adorna la noche,
puedo estar tras las nubes un momento,
compartiendo con ellas codo a codo.
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Lo de luna menguante es una forma.
Una simple posición de nuestro mundo.
Ella sigue brillando eternamente
dándonos siempre su luz eterna.
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No me oculto ni me escondo de la luna,
ni de ti, ni de mí, ni de las estrellas.
Pobres son los que al amar,
puedan no ser subyugados por ella.
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No ama el que no deja huella.
El amor es entrega y renunciamiento.
Es comprender lo que dicen sus ojos
y al amar o eres de ella o no eres de ella.
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Noche en la noche, luz de luna,
el murmullo del mar muere en la arena,
la pasión en nuestros labios.
Amor ¿Oyes ese canto lejano?
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La noche está estrellada e insinuante
y la mágica luna brilla sobre nosotros.
Como el viento, acaricio tus labios
y tu mirada se cruza con la mía.
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La noche estrellada y la luna nos atrapa,
y florecen nuestros más hermosos sentimientos.
En el camino recorrido de la vida,
nunca se pierde cuando se está amando.
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La noche está estrellada y la luna nos observa,
mientras besamos nuestros labios entreabiertos.
El latir de nuestros corazones se acelera.
¡Ay! Quisiera gritar al mundo que te amo.
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Por mi corazón
y por un millón de razones más.
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© 2009, Armando Maronese
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