sábado, 29 de noviembre de 2008

Caballos en medio del mar

La ternura de un genitivo perfecto
en un mar imaginario,
acaso como el recuerdo de
un campo secreto,
sembrado de sensaciones catódicas
de antaño.
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Un lago de amapolas al borde de una fiesta,
que alguna vez habrá terminado con
el rapto de las participantes.
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Una conciencia ecuestre en la saturación no erótica,
extraña profundidad de la simplicidad
interrogativa:
mene fugis?
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Por Iolanda Bob
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Traducción Joaquin Garrigos
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Găsiti poemul meu, Cai în mijlocul mării, în limba română… aici:
Pagina de poezie

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La melodía del alma

Hoy quiero dedicarte una hermosa melodía... Escribiré con letras los sonidos... Usaré palabras que deleiten tus oídos.. Como únicos instrumentos, tomaré mi pluma y mis sentimientos... Habla mi melodía de un mundo diferente... Allá lejos, dónde sólo llega la mente.

El primer sonido es el silencio, la paz del alma y la conciencia... Poco a poco se invade el aire, con el suave ritmo del corazón, al igual que un reloj: tic-tac, tic-tac. Se levanta una suave brisa, y acompaña su sonido, cual hermosa sonrisa. Cae una hoja del árbol, suena como un cascabel, tintinea dulcemente al caer.

La risa de un niño a lo lejos, hace mi canción enternecer... En el aire las gaviotas, acompañan sin querer. De pronto la brisa se convierte en aire, el aire en viento, y siento su fuerza dentro. El mar se enfurece, las olas con fuerza, rompen en el acantilado embrujado.

Mi corazón se estremece y suena ahora al unísono, de las enfurecidas olas del mar. Los sentimientos revuelven mi espíritu, mi alma parece salir con fuerza y volar. Se levanta una inmensa tempestad. Una tormenta que mil rayos y truenos hace sonar. Lloro y grito con fuerza desesperada, para alcanzar mi alma que quiere escapar.

Miro al cielo, las lágrimas nublan mis ojos, pero veo la tormenta, poco a poco, amainar. Vuelve a convertirse el viento en aire, el aire en suave brisa, y recupera su sonrisa. Regresa la melodía del silencio, el suave tic-tac del reloj... descansa en mi corazón.

Vuelve a reír el niño, con su risa inocente... Caen las hojas del árbol dulcemente. Siento de nuevo la paz en mi espíritu, regresa mi alma despacio y con calma. He alcanzado el mundo diferente, aquél que tan sólo existe en la mente.

¿Has oído la hermosa melodía? Es la música del alma. No la puedo interpretar, pues ningún instrumento musical aprendí a tocar... Tal vez tú, la puedes alcanzar. Pero ahora estás cansada. Duerme. Duerme, con mi dulce canción.

© 1992, Armando Maronese
Jueves, 9 de noviembre de 1989

lunes, 24 de noviembre de 2008

Esos momentos... en soledad y con amor

A veces me agrada estar en soledad... a veces no. Usualmente estando en soledad, escribo versos y prosa que para mí son hermosos; no sé que opinan los demás sobre los mismos, pero eso es lo que menos me interesa pues yo escribo para mí, para mi corazón, salvo... que escriba para alguien en especial. Otras veces la soledad no me agrada... todo es según el estado de ánimo.

Hay personas que adoran la soledad; otras que la detestan. Todo depende, de cómo y con quien. Yo me puedo sentir muy solo en un lugar lleno de gente o aún estando acompañado. Y supongo que eso ocurre a muchos.

Dicen que la soledad no es buena compañera. También depende de cada uno y de su estado de ánimo. Yo he navegado mucho tiempo en soledad, acompañado solamente por el mar, la luna y las estrellas o el sol y me he sentido muy bien. También he navegado en buena compañía.

La soledad no es buena amiga, dicen, y menos aún cuando no fue producto de elección alguna. Su peso a veces agobia y las simples amistades no amenguan sus efectos. Puede ser, sí, que cuando llega sin ser invitada puede ser muy agobiante.

También dicen que la soledad no es buena consejera tampoco. Pero no estoy totalmente de acuerdo en ello. Usualmente, a mí me ha aconsejado siempre bien, pero no dejo de reconocer que para otras personas no sea una buena consejera.

Pero el vivir mucho tiempo en soledad y me refiero a vivir sin amor de pareja, que puede ser conviviendo o no, hace que se contraigan ciertos hábitos a los que luego es difícil renunciar o dejar de lado. Uno se acostumbra. Se ensalza y glorifica la libertad de acción, ese terror a perder la libertad, de movimientos, de no tener que dar explicaciones de tiempos y salidas...

Pero no es tan así..., pues al regresar al hogar y saber que se está solo con uno mismo, inevitablemente, el dejo de tristeza y melancolía nos acompañará permanentemente sin que nos demos cuenta, y cuando reaccionemos al ver la realidad, ya será demasiado tarde.

En realidad para mí el demasiado tarde no existe para la mayoría de las cosas terrenales, pero nuestra mente es tan misteriosa, que en cuestiones del amor nunca se sabe...

¿Qué cosa hay más bella que el amor? Si bien a veces me refiero al amor en general, en este momento me refiero muy especialmente al amor que uno siente a ese ser tan especial que nos abre su vida, que nos entrega su corazón, que nos da todo sin pedirnos a cambio nada más que nuestro amor. La entrega, ese sentimiento tan bello que nos hace sentir eso tan maravilloso en nuestra espalda y en nuestro estómago.

Tan hermoso es este amor, que fue el causante del origen de nuestras vidas. Además, es el causante de la sonrisa perpetua en nuestros rostros y de la brillantez de nuestros ojos.
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Armando Maronese
D., 23 de noviembre de 2008


Vivir el hoy...

El ayer ya pasó, el mañana puede ser una esperanza o una incógnita; el hoy es lo importante y valedero. Que cada momento que vivimos hoy con o pensando en la persona que amamos, sea lo más importante que sintamos y lo más preciado. Debemos hacer de esos momentos algo mágico e insuperable con la entrega total de nuestro ser, en el amor y en lo físico (todo es mental). Si obramos así, nos dejará ver esa luz que nos alumbre el mañana.

Cada minuto del hoy es irrepetible y por eso lo debemos superar momento a momento. Debemos hacer de nuestros momentos, eternos y que perduren en nuestros recuerdos. Los minutos pasan y se nos escurren de nuestras manos como el agua de nuestros dedos.

Debemos hacer que el amor y la pasión, crezcan minuto a minuto, sin egoísmos ni intereses ocultos. Por eso debemos dar a la persona amada, lo mejor de nuestra alma y de nuestro corazón. Lo más noble, puro y sincero.

No nos aferremos a cosas banales; vayamos a lo mágico y valedero. Cimentemos y construyamos, aunque más no sea de a poco, lo que sentimos. La vida es hermosa y nos ofrece todo, está en nosotros elegir, pero lo importante es no herir, no engañar.

He vivido mucho y he desperdiciado cosas hermosas, y eso me ha hecho comprender a esta altura de mi vida, que tengo tan solo una y sé que esa vida se compone de momentos y estos de pequeñas cosas, y esta vida no es nada más ni nada menos que un reloj de arena que no se puede dar vuelta para recomenzar.

Cuando malgastamos uno de esos momentos, destruimos a otro. No sabemos si mañana estaremos vivos. Por eso, si malgastamos el que la vida nos otorga hoy, ahora, en este momento, destruimos la última página de nuestras vidas. Por lo tanto debemos aprovechar cada minuto al máximo, tratar con mucho amor cada uno de ellos porque sabemos que no retornarán jamás ya que –quizás-, mañana no estemos para poder decir: te amo.
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Armando Maronese
D., 23 de noviembre de 2008


miércoles, 12 de noviembre de 2008

Hacernos el amor

¿Te agrada acaso que te hable del amor? Pues pone tu cabecita sobre mi pecho y mientras te acaricio el cabello y tu cara, lo voy haciendo.

Hacernos el amor. Hacernos el amor es como estar naciendo. Es amanecer en todo nuestro cuerpo. Es no tener pasado ni recuerdos.

Es lamer la piel que cubre la carne estremecida, el grito, el mar bullente, las rítmicas oleadas de la sangre, la torva oscuridad de los abismos, las barcas sin amarras, la lava del volcán, el rosal florecido, la voz ronca que murmura palabras sin sentido.

Es circunscribirse exactamente a los límites que nos otorga el amor, con todo el respeto que nos merecemos. Es amarte hasta la locura, es mirarte y comprender. Es caminar tomados de la mano y mirarnos amorosamente. Es sentarnos a conversar; es reírnos de lo que nos hace gracia. Es sentirnos atados por un lazo invisible.

Es también el límite de nuestra cama, sin salir ni un milímetro de ese contorno que es todo para ti y para mí. Que el cielo baje y que el infierno suba y crezca, como un bosque brotando lentamente en ese cielo.

Hacernos el amor es estrenar las ansias, es convertir caricias y los cinco sentidos en algo nuevo. Hacernos el amor es multiplicar por dos todo lo bello, lo mágico, lo sublime. Es dar y esperarlo todo.

Es tener la generosidad más exagerada y, a la vez, el egoísmo más atormentado. Es vernos por primera vez. Oírnos por primera vez. Tocarnos por primera vez. Olernos por primera vez. Es lamernos por primera vez. Sentirnos por primera vez el gusto agridulce de la transpiración y los jazmines. Que cada vez sea la primera vez, como un ciclo que comienza, como comienza el día y como comienzan las cuatro estaciones.

Es que la otra seas tu, y yo el otro y ambos seamos sabios; y que sepamos de qué manera y con qué ímpetu se puede lograr la unidad perfecta.

Es la sed del desierto interminable... Es ser cántaro y canto, playa quieta y tormenta... Y es, de pronto, la jugosa fruta que la abreva.

Suavidad de satén, aspereza de tronco, huracán y silencio... Juego sereno, caballo desbocado, vértigo...

Es escalar altas cúspides. Es descender hasta el fondo del océano. Marearnos entre nubes y medusas.

Hacernos el amor es concentrarnos los dos para hacernos vibrar, para hacerte mía con solo mirarte, para me hagas tuyo cuando me mires con esos hermosos ojos verdes, mientras mi cara se envuelve entre tus cabellos rubios...

Es hacer explotar nuestros cuerpos viéndolos hermosos, aunque no lo sean, porque lo que los vuelve hermosos es lo que se siente, lo que nos hacen vibrar, estremecernos, lo que nos hacen sentir, lo que nos brindan. Hacernos el amor es vencer a la muerte, relegarla, perderle el miedo y el respeto.

Es creernos y quitarnos de encima las costumbres y los prejuicios, para poder ser otra vez niños. Es ser un puerto al que los barcos llegan... Es el camino que nos trae de regreso... Es concentrarnos en el sentir del otro, como el verano se concentra para hacer las ciruelas y los duraznos.

Es poner las dos manos y la lengua para hacerle al otro, todo lo que nos pida, para cumplirle todos sus deseos... Es saber que la puerta está abierta, pero nos quedamos porque nos gusta con quien estamos.

Y nos quedamos porque el amor nos necesita y lo necesitamos, porque el encuentro de dos seres que se gustan y se aman, es el verdadero milagro, el más difícil, el más importante.

Hacernos el amor es la piel con la carne estremecida cuando me acaricias; es el grito de placer que se escapa de tu boca cuando te beso, te lamo y mordisqueo los pezones; el rítmico movimiento que te provoca que te penetre una y otra vez. Que entre y salga de tu cuerpo ardiente.

Hubiéramos podido cruzarnos por ahí sin vernos, mirando hacia otro lado, distraídos, o haber pasado en momentos diferentes, o no haber pasado nunca... Y no nos hubiésemos encontrado. Pero el destino o la vida, hizo que nuestros caminos se cruzaran...

Tuvo que haber un "algo", un mandato divino, una muy bien estudiada casualidad, para que, entre los cientos de millones de habitantes del mundo, tu y yo coincidiéramos en el mismo lugar y al mismo tiempo. Y que tu supieras. Y que yo supiera.

Para que alguna vez los dos supiéramos... alguna vez, quizás, que hacer el amor es siempre un estreno, como enamorarse. Y no subir o volar hacia las estrellas, sino traerlas a nuestro lado, para que ellas produzcan el luminoso incendio, el fuego purificador que transforma la carne en todo Cielo...

® 1ª E. 2000, Armando Maronese
® 2ª E. 2008, Armando Maronese
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martes, 11 de noviembre de 2008

¿Tu eres el mar?


En el borde del acantilado estoy parado. Roca, roca y más rocas. Abajo, el mar tempestuoso castiga con todo su furor contra las mismas. Sus olas me mojan y el viento me empuja.

Siento frío, mucho frío y mi cuerpo tiembla, pero no puedo quitar mi mirada de tu cuerpo, allá abajo. Tu cuerpo desnudo. Ese cuerpo que tantas veces besé y creí que sería eternamente mío, y aunque el mar me azota con más fuerza, te sigo mirando.

Ya no puedo sostenerme, pero tampoco puedo dejar de admirar tu cuerpo dándome la espalda. Mis ojos de amante desesperado y cansado, se están corroyendo por el agua del mar que los castiga, pero sigo mirándote, observando tu cuerpo hermoso dándome la espalda.

Quiero subir, subir para salvarme del mar, subo a otras rocas pero las olas me atrapan. Y te sigo mirando cuando siento que el mar me arrastra hacia sus entrañas.

Me tomo del borde de una roca filosa que me lastima y siento dolor, pero que desaparece cuando ahora observo tus ojos verdes mirándome, mientras tus cabellos rubios y mojados caen sobre tus bien formados hombros desnudos.

De pronto dejas de mirarme y ya no me importa nada. No me importa sostenerme por mi vida en peligro. Ya no me importa. Ya dejé de querer el mar, de amar la luna que ahora te alumbra. Ya todo está sellado y yo atrapado y sin salida, ya no me miras pues has dejado de amarme.

Ya no tengo tu amor, ya no tengo cuerpo, ni tu boca de finos labios, ni tu cara de nariz perfecta. Que hermosa eres. Tampoco tengo ya tus senos de erectos pezones. No tengo tus brazos. No tengo tus piernas. No tengo nada. Nada de ti. Y mientras hago los pocos esfuerzos para sostenerme, te veo con tu cabello mojado. Ahora me observas con tus hermosos ojos verdes, como si nadie pudiese tocarte ni corromperte, pero me extiendes el brazo como queriéndome tomar.

Ya no estás, no te veo; pero sí te veo. El mar me traiciona. El mar, mi viejo amigo, ahora me engaña a pesar que lo he amado durante tantos años. Ahora ese amor me arrastra hacia la muerte. Y ahora te veo ¿Haces lo mismo conmigo? Pero te veo entre las aguas del fondo y tu mirada es la misma, como igual el brazo extendido que me llama.

Reviven de nuevo hacia ti mis sentimientos, ya no me importan ni el mar ni el viento, sólo me importas tu. Pero te veo atravesada por las olas en un instante y por las corriente del fondo en otro. Es tu cuerpo atravesado por el mar el que me llama.

Tu belleza es radiante y tu sonrisa dulce y eso predomina sobre todo lo demás. Nada más me importa; sólo tu. Quiero tomar tu mano extendida hacia mí, pero ya no puedo. No tengo de donde tomarme ni tampoco fuerzas para hacerlo. El mar me atrapa y las afiladas rocas hieren mi cuerpo. No puedo. Tu sigues mirándome, pero ya no oyes mis llamadas de angustia. Estoy solo. Siento el latir de tu corazón en el golpe de cada ola y tus penas que cantan.

Siento la sal del agua del mar en mi boca y recuerdo la sal de tu cuerpo. Recuerdo tus gemidos. Recuerdo tu espalda. Ya me entrego, no me quedan fuerzas. Me entrego al mar del mismo modo que me entregué a ti. Ya no respiro, ya siento como muero y entonces desde el fondo te veo, en la superficie, de frente, sonriéndome a la luz de la luna.

Armando Maronese
M, 11 de noviembre de 2008
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domingo, 9 de noviembre de 2008

Poema nº 7

Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
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Allí se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago.
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Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
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Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
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Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
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Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
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Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.
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Pablo Neruda
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